17.07.23
Mi cuaderno está tan viejo y cansado que no me queda más que comenzar a escribir en otro lado. Me da pena ya escribir en sus páginas dobladas, arrugadas de tanto viaje, descuido e impredecibles lluvias. Llevo escribiendo desde los 12 años para mi misma, acumulando palabras, momentos, sueños y chistes internos en más de 20 cuadernos. Este último ya no da para más, así que le daré un relevo con este mi primer blog.
Estoy en un tren que traza el bosque boreal desde Rovaniemi a Helsinki. Los árboles muy ordenados en sus filas de monocultivo. Mirarlos me da una claustrofobia extraña y prefiero distraerme en las nubes que si vuelan libres. Escucho el típico silencio finlandés del tren. De vez en cuando suenan voces monótonas y desabridas que susurran un idioma indescifrable.
En el estómago un deseo inmediato de regresar a Chile, un deseo de que el tren llegue pronto a Rancagua y no a Helsinki. Sin embargo, ya se que me toca esperar 2 meses para poder regresar a casa. Regresar a los abrazos de mi papá, a los cuentos de mi abuelo, al ladrido del perro del vecino, los autos que corren y rugen en la noche. Regresar sobre todo a las montañas que tranquilas me escuchan y cuidan.
En la mente un deseo inmediato de regresar a la simpleza, que el mundo deje de pesar tanto. Ambos deseos, que nacen desde el estómago y la mente, se entrelazan con un chocolate que derrito en mi boca mirando esas nubes ligeras, evitando el gemido de los árboles presos en el monocultivo, atados en soledad a la tierra. Es cierto, no puedo evitar sentir su dolor, pero me anclo en la certeza
de la nube.
Certeza de movimiento, de cambio,
de que todo va a pasar
que hasta los árboles serán liberados
de esos suplicios que crean los humanos
los árboles serán liberados:
volverán a sus bosques,
a entrelazar raíces y micelio,
a contar chistes bajo tierra,
a reír y llorar en la sutileza
de una raíz
que cruje.